Época: Mundo fin XX
Inicio: Año 1973
Fin: Año 2000

Antecedente:
La sociedad postindustrial

(C) Isabel Cervera



Comentario

A su búsqueda, definición y concreción dedica Dahrendorf en 1982 su ensayo "Oportunidades vitales", interesado en la renovación del liberalismo como organización social y forma de vida. Porque, como él mismo señala al justificar su búsqueda, la tarea de la libertad es ampliar las oportunidades vitales y buscar nuevas posibilidades. Si no se da esta búsqueda no hay libertad: "Puede existir, pues, un progreso de la libertad. Puede haber sociedades que ofrecen mayores posibilidades que otras para realizar el deseo humano de reducir la coacción innecesaria; puede haber sociedades más abiertas y más desarrolladas en las que las oportunidades vitales estén más avanzadas y más difundidas. Y como quiera que esto es así, no tenemos derecho a descansar y a holgar en ningún momento en nuestra tarea de hacer avanzar las fronteras de la libertad (Ibídem, páginas 37-38).Las oportunidades vitales, en las que se suman, condensan y potencian "la felicidad, la utilidad, el bienestar, la supresión de ligaduras y coerciones innecesarias y el derecho a contar con opciones múltiples entre las que poder elegir", son por encima de todo dimensiones de la libertad en la sociedad; una libertad entendida como la búsqueda de más oportunidades vitales para mayor número de gentes.La renovación del liberalismo está exigiendo una apuesta por la libertad y la igualdad. Porque -y ello especifica, o pretende hacerlo, a estas sociedades postindustriales- lo que se busca, lo que debe entonces interesar es la superación de un crecimiento medido más por suma de referencias que por el alcance de opciones en las nuevas sociedades abiertas. Hay, pues, que luchar desde la incertidumbre y desde la libertad por ampliar las oportunidades vitales, puesto que el nuevo reto es el de abrir más posibilidades y más ocasiones para un mayor número de personas, y de hacerlo, además, en el sentido de la vinculación entre elecciones y puntos de referencia.La visión optimista de las sociedades modernas radica en su capacidad de potenciar el crecimiento de las oportunidades vitales humanas, puesto que han crecido tanto la cantidad como la amplitud de opciones así como la posibilidad de estar a disposición de un cada vez mayor número de hombres: "Quien no puede elegir por sí mismo su escuela, su trabajo, su partido político, su lugar de vacaciones y muchas otras cosas, no es libre".Las oportunidades vitales, en fin, se resumen en el conjunto de posibilidades que los hombres tienen de realizar sus necesidades, sus intereses, sus proyectos, etcétera, de la forma más profunda, amplia y progresiva, y dentro de un contexto social determinado.Porque las oportunidades vitales no se distribuyen de forma igual o paralela para todos, precisamente porque, aparte de imposible, terminaría siendo aburrido y haría imposible una convivencia por anulación de las capacidades, disponibilidades y hasta diferencias fisiológicas entre los hombres.Si todos los hombres fueran iguales sería imposible la conformación de estructuras, la ordenación de sociedades y la configuración y desarrollo del progreso. Serían de hecho imposibles las mismas sociedades; y no cabrían ni la supervivencia ni la vida. "La sociedad -va a ratificar Dahrendorf casi parafraseando a Aristóteles- es necesaria porque las personas, que son diferentes entre sí, tienen que crear instituciones comunes para sobrevivir y progresar en común".Y las diferencias entre los hombres y los grupos terminan de hecho no importando -o importando menos- precisamente porque los intereses individuales o de grupo se interfieren y complementan, aun cuando puedan competir con los de otros. Y porque, además, hay hombres que logran imponer su voluntad a otros que tampoco, si se mantienen los oportunos equilibrios, están preparados, dispuestos o resueltos a no dejarse controlar."El miedo a la libertad" de que hablaba E. Fromm, viene a ratificar igualmente esta necesidad de estructuras de poder de cualquier tipo, desde las cuales se ordena, se perfecciona y se hace permanente y progresiva la marcha de las sociedades.¿Cómo funcionan las sociedades? ¿Acaso es el consenso el camino o la vía universalmente aceptada en la conformación y permanencia de las sociedades? ¿O más bien es la dominación la que mejor explica las sucesivas formas de las estructuras sociales a partir de unas estructuras de poder que logran imponer unas jerarquías no siempre idóneas a la hora de mantener la diversidad en la igualdad?En las estructuras de poder y, más aún, en su forma de actuación y desarrollo se halla el origen de los conflictos: El sujeto del conflicto de clases son las oportunidades vitales o, más precisamente, la desigual distribución de las oportunidades vitales. Quienes están en el extremo menos ventajoso demandan más titularidades y provisiones a quienes están en los puestos aventajados.Porque la lucha que se genera cuando no hay respuesta, o al menos no la querida, a las demandas, con el desarrollo de las sociedades deja de ser invisible o latente para volverse manifiesta, organizada y exigente de una aproximación, de un reparto distinto, menos drástico, que progresivamente anule las desigualdades cualitativas, reduzca las desigualdades cuantitativas y promocione la marcha hacia la conquista plena y amplia de los derechos sociales.Si en la sociedad industrial las figuras dominantes fueron primero el empresario, y más adelante el ejecutivo industrial y el hombre de negocios, en la sociedad postindustrial los nuevos hombres, los que progresivamente han venido sustituyendo a los primeros a partir de los años cincuenta -que es cuando Bell sitúa su nacimiento- van a ser los científicos, los matemáticos, los economistas y los ingenieros de la nueva tecnología intelectual.Ahora, por tanto, las decisiones de producción y de negocios quedan subordinadas a las que los Gobiernos crean oportunas en función del crecimiento económico o de su equilibrio. Pero el Gobierno, cualquiera que sea y con el programa que se quiera, se verá forzado a apadrinar la investigación y el desarrollo, el análisis de costes-eficacia y de costes-beneficios; de forma que la toma de decisiones deberá tener necesariamente y de forma progresiva carácter técnico: "La buena utilización del talento y la expansión de las instituciones educativas e intelectuales se convertirán en la primera preocupación de la sociedad; no sólo los mejores talentos, sino finalmente el complejo total de prestigio y status, estarán arraigados en las comunidades intelectuales y científicas" (D. Bell, El advenimiento de la sociedad postindustrial, página 395).La habilidad técnica se convierte así en la base del poder, al que se accede primordialmente por la educación, y por eso los que están en la cúspide de la nueva sociedad son los científicos, que necesariamente habrán de ser tenidos en cuenta a la hora de las decisiones políticas, y deberán contar y alinearse con diferentes facciones de otras elites complementarias.Las nuevas figuras dominantes o, si se quiere, las nuevas elites basadas en la preparación crecen y tienen poder precisamente porque el conocimiento y la planificación se han convertido en los requisitos fundamentales para todo tipo de actividad organizada en estas sociedades: "Los miembros de esta nueva clase tecnocrática, con sus nuevas técnicas de toma de decisiones (análisis de sistemas, programación lineal y presupuestación de programas) son ahora esenciales para la formulación y análisis de las decisiones sobre las que han de formarse los criterios políticos, cuando no para el desempeño del poder" (D. Bell, Ibídem, página 415).La preparación técnica se convierte así, y de forma creciente, en "la condición predominante de la competencia para el empleo y la posición". Y tanto el propietario de una empresa como el político se verán en la necesidad de contratar a técnicos y expertos -la nueva "intelligentsia" técnica y profesional- como forma de seguir manteniendo la competencia profesional, la organización del poder y la seguridad de avances en la ahora llamada "democracia de participación".En esta realidad nueva crecen en valor, importancia y lucha por su consecución los derechos sociales. Y su consecución y conquista hablan de la superación de los viejos derechos civiles y políticos, que son los superávits de liberalismo parlamentario del siglo XIX y del sistema democrático posterior, el que se realiza a lo largo de los dos primeros tercios del siglo XX tras la progresiva imposición y realización del sufragio universal.De lo que se trata ahora -y es el objetivo referido por Dahrendorf- es de la búsqueda y obtención de derechos iguales en marcos constitucionales que controlen y domestiquen al poder, de tal modo que "todos puedan disfrutar de la ciudadanía como fundamento de sus oportunidades vitales".¿Un mundo perfecto, acaso? ¿Un mundo sin clases? Por supuesto que no. Resta mucho todavía, incluso en los países de la OCDE, para que todos los ciudadanos vean satisfechos y asegurados sus derechos de ciudadanía. Las clases siguen funcionando. Y hasta es positivo y obligado su funcionamiento en tanto actúan como "fuerza conductora del conflicto social moderno"."La sociedad industrial en la que vivimos -había afirmado R. Aron, en el inicio de los años sesenta- y que fue prevista por los pensadores del último siglo básicamente democrática, es normalmente, si no necesariamente, democrática, en el sentido de que no excluye a nadie de la ciudadanía y tiende a ofrecer a todos un bienestar material".La preocupación de Aron iba, sin embargo, mucho más allá. Se interesó por el futuro de la sociedad industrial; tuvo en cuenta el futuro de las economías europeas una vez que se iniciara la detención, o la "ralentización" del crecimiento; siguió insistiendo en la tendencia de las sociedades industriales a convertirse en sociedades de clases medias a partir de la reducción de las desigualdades de renta, y acabó deduciendo que la clave de la historia económica moderna es el progreso técnico.Pese a la aproximación real de su pronóstico, los años ochenta han venido a conformar que el progreso técnico ha sido insuficiente. La crisis de los setenta -y en ello se va logrando cada vez más unanimidad- pudo ser reducida o superada cuando la Administración del Estado creció de tal manera que prácticamente en todos los países de la OCDE más de la cuarta parte de su población ha conseguido disfrutar de empleos de tipo funcionarial. Esta tendencia ha seguido en aumento a lo largo de los ochenta, cuando ha seguido creciendo más y más la actividad gubernamental, de modo que puede asegurarse, casi sin temor a la duda, que el viejo poder del pueblo, base de su soberanía y de sus decisiones mediante el voto múltiple -nacional, regional, municipal-, ha sido sustituido o mermado por el poder de la burocratización."Todo, comentará Dahrendorf, queda sometido a la sutil tortura de la burocracia: Los valores de la seguridad y el ascenso metódico, del trabajo asegurado, aunque no muy pesado, y una impersonalidad calculable de las relaciones de autoridad han tendido a configurarse como valores preferidos de la gente de muchas profesiones, incluso en sociedades en las que la supervivencia de la mayoría depende de la ubre del gobierno... La vida dentro de la Administración puede no ser excitante ni incitadora, puede que no ofrezca muchas oportunidades para innovar y realizar carreras inusuales, pero es una notable realización social que satisface muchas aspiraciones" (R. Dahrendorf, El conflicto social moderno, página 159).Pensando precisamente, y proyectando un "Estado social", progresivamente abierto a unas políticas sociales modernas que insisten en la ampliación y cualificación de niveles de vida y de educación, transferencias de rentas hacia grupos peor dotados, mejores cuidados médicos para todos, etcétera, con vistas a la conquista y ampliación de los derechos de la ciudadanía social, se han precipitado los costes a la par que aumentan las necesidades, crece el número de jubilados y se insiste en el estancamiento cuando no la reducción de los gastos públicos.Para hacer realidad todas estas intenciones se amplió sobremanera la burocracia en unos Estados que se convirtieron en los primeros, seguros y crecientes "empleadores". Y como resultaba imposible el mantenimiento, y menos aún el aumento, del proceso, fue surgiendo a la vez una conciencia cada vez más amplia de crisis de la democracia. El debate en torno al crecimiento económico dejó abierto el camino a otro mucho más trascendental: el debate sobre la gobernabilidad, que al final de los setenta y a lo largo de los ochenta acentuó preocupaciones, una vez que todos comenzaron a tomar conciencia de que el bienestar personal se hallaba ligado, o dependía, del bienestar del país, precisamente cuando los Gobiernos resultaban inhábiles para atajar la inflación sin reducir al mismo tiempo expectativas de crecimiento y de creación de puestos de trabajo.La inflación incontrolada generó no tanto protestas como la total desilusión colectiva; y de un clima de Estado de bienestar sustitutivo del viejo "Estado-Providencia" se pasa a una esperanza, a una expectativa o a una exigencia de "menos gobierno".Se toma una mayor conciencia de que la mayoría de los seres humanos, si se exceptúan los grupos privilegiados del "primer mundo", los que acumulan riqueza y trabajo bien remunerado y fijo, son pobres y desgraciados. Y esto retrasa sobremanera el ya viejo reto de conseguir una sociedad civil mundial.No obstante -y aquí reside el gran reto de las generaciones que todavía hoy no han podido acceder al ejercicio de sus titularidades- la vida sigue girando en torno a la actividad humana; y son necesarios, como nunca, unos "valores nuevos" para conseguir respuestas nada fáciles:"La cuestión -termina comentando Dahrendorf- es encontrar una vida que no sea ni burocracia ni adicción. No, la cuestión no es "encontrarla", sino "hacerla". La gente joven tiene que hacer que tenga significado. El tener significado encierra dos aspectos: lo que la gente haga tiene que ser alegre y tiene que interesar".